domingo, 25 de mayo de 2014

SOMOS EL PAÍS DEL 'MÁS O MENOS' EL 'BICHO Y EL PEROLITO'



Misterios de la lexicografía y la semántica venezolana
por Aníbal Nazoa

--Dejo aquí algunas reflexiones del escritor Aníbal Nazoa, acerca de nuestras imprecisiones cuando hablamos. Apoyo su reflexión respecto de que "rozamos el límite del surrealismo" en este sentido; así como el encanto que nos producen esas palabras que llamo "comodín" en las que, por cierto, los "maracuchos" somos campeones.


Si en uno de esos coloquios vía satélite que están de moda se me preguntara cual es a mi juicio el rasgo distintivo del venezolano, no vacilaría en responder que la imprecisión, la indeterminación es nuestro signo capital. Somos el país del más o menos, del más acaíta y más allaíta, más arribita y más abajito, en eso nos parecemos a los ingleses, que jamás dicen ‘near’ sino ‘not far from’  (No está lejos de por cerca de) tal o cual parte, ni aceptan que ninguna cosa sea definitivamente buena sino ‘not bad at all’. (no está mal en absoluto)

Pero nosotros vamos mucho más allá, rozamos los limites del surrealismo en nuestro comportamiento y lenguaje cotidianos. Cualquier extranjero que nos visite por primera vez enloquecería si oyera, como se oye corrientemente, a un electricista, plomero o cualquier técnico venezolano ordenando a su asistente: ‘Tráeme la vainita esa de bichar los perolitos del coroto’, lo asombroso no es la terminología en sí, lo increíble es que el ayudante comprenda perfectamente bien la orden y traiga exactamente lo que se le está pidiendo…
El mismo extranjero tal vez moriría en el intento si tratara de comprender la nomenclatura de nuestras ciudades. Para empezar, en las urbanizaciones venezolanas, las casas no se identifican por números sino por nombres, los cuales suelen dar origen a grandes confusiones. Así, por ejemplo, siendo (por razones que desconozco) San Judas Tadeo uno de los nombres preferidos por la clase media para bautizar a sus viviendas, no es raro que en una misma calle haya seis quintas San Judas Tadeo, con la consiguiente desesperación de quien busque tal dirección.
Luego tengamos en cuenta el estilo venezolano de dar las direcciones; rara vez un venezolano dice: ‘Avenida Betancourt, Edificio Lusinchi, tercer piso, número 33′. No, la forma habitual de dar la dirección es: Más alantico de la plaza Alfaro Ucero, pasada la panadería, un edificio blanco con unos ladrillitos arriba, junto a una casa rosada con rejas verdes que tiene al lado una mata de mango’, añadiendo de paso alguna fórmula misteriosa como ‘del lado de allá, no como quien va sino como quien viene’.

En materia de tiempo, el venezolano es uno de los seres más indescifrables que existen. Solemos, por ejemplo, concretar una cita ‘en la tardecita’ o ‘en la nochecita’, pero nadie sabe a ciencia cierta qué es la tardecita, que para uno es la tarde a primera hora y para otros la ultima parte de la tarde, ya cerca de la nochecita, que tampoco es un concepto claramente establecido (naturalmente, ¿cómo va a estar claro si es de noche?), pero en todo caso citarse a una hora es visto como algo desconsiderado y hasta reaccionario.  Mejor se dice ‘a golpe de’ o ‘tipo cuatro, cinco’. ‘A las cuatro y pico en punto’, que en todas partes es un chiste, en Venezuela es una hora que puede corresponder a una realidad. No aspiro a que me lo crean, pero en una ocasión oí decir a un locutor de una emisora radial de provincia anunciar la ‘hora legal de Venezuela: las cinco y media pasaditas’.

Capítulo aparte merecen nuestras relaciones con los taxistas. Hay que ser extremadamente cuidadosos en los tratos con estos caballeros que abolieron por su cuenta el uso del taxímetro sin que el gobierno chistara y sin que nadie sepa por qué sus vehículos se siguen llamando taxis. Para contratar una carrera de taxi, el francés-pongamos por caso- sube en el coche y ordena: ’25 rue Caucheman’, el ingles hace lo propio e indica: ’34 Peninton Road’, y ya. El venezolano introduce media cabeza por la ventanilla del auto y pregunta: ¿Por cuánto más o menos me lleva a Prados del Este? Es muy probable que el chofer le responda: ‘¿Prados del Este? Ah, no… yo pa allá no voy’, y arranque obligándolo a saltar. En caso de que acceda, el pasajero no indica la dirección de su destino sino que se dedica a guiar al conductor: ‘En el próximo semáforo a la derecha… en la esquina a la izquierda, otra vez a la izquierda y después derechito por la subida…

Agréguese a esto, como una muestra de nuestro gusto por la imprecisión, que aquí practicamos la curiosa costumbre de regatear con el taxista, que no pocas veces acepta hacernos alguna rebaja en el costo del servicio. Y para cerrar el capítulo del transporte, recordemos que los colectivos, aunque tengan paradas fijas establecidas, por lo regular no se detienen en ellas sino donde lo exija el pasajero, según la fórmula universalmente aceptada: ‘Donde pueda, señor… 

Podría seguir citando ejemplos de nuestra afición por la imprecisión y la vaguedad, pero para no cansar a los lectores concluyo con lo que considero perteneciente al propio reino de la poesía. En todas partes, para expresar el sentimiento que inspira cualquier hecho o circunstancia se suele decir, ‘me da miedo’ ‘me da rabia’, ‘me da asco’ o ‘me da’ lo que sea según el caso; en Venezuela decimos ‘me da cosa’… ¿Qué es cosa? ¡Vaya usted a saber!