miércoles, 22 de noviembre de 2006

DESCUBRE QUIÉN ERES Y YA NO TEMERÁS

Entré al salón de clases y me encontré conque las chicas y chicos allí, tenían edades entre los 19 y 22 años. Me agradó el hecho de que, pese a ser una escuela secundaria, no se les exigía uniforme, como si estuviesen en la universidad.

El desorden era mayúsculo y, desde le primer momento, me hicieron sentir que ese sería el mayor reto de mi vida, como profesora de literatura. Al ver la actitud del grupo, comencé a sentirme incómoda. Hablaban entre sí, hablaban por teléfono, una que otra chica se entretenía pintándose las uñas. Por mi parte, la inseguridad creció hasta el techo. No llevaba ningún material preparado y, mientras más les comentaba acerca de la materia, parecían menos convencidos de estar allí. Para colmos, había olvidado el libro de texto asignado.

Comenzaron a levantarse, a ir y venir, dentro y fuera del salón de clases, mientras yo, fui perdiendo el control. Alcé la voz varias veces, me molesté y estuve a punto de tomar mis pertenencias y marcharme.Algo me detuvo, no sé qué, ero algo me hacía quedarme en aquel pequeño ¿infierno?.Una de las chicas (el colaborador interesado o el adulador aprovechador que nunca falta) intentaba ayudarme, pero cuando comprendió que conmigo era diferente, dejó de insistir. Por si fuera poco, escuché a dos de los estudiantes cuchicheando a mis espaldas:

--¡Ey!, de verdad, no sé por qué le hicieron eso, imagínate le dieron el peor de todos los cursos-
Y continuó diciendo:
--No me gustaría estar en sus zapatos-.

Yo exclamé dentro de mí:
--¡Por dios!, se está refiriendo a ellos mismos como "el peor curso"...Torpemente, decidí realizar un examen, algo que no tenía planeado, en fin, no sabía ni qué preguntar. Lo peor es que ellos lo notaron inmediatamente.
--Primera pregunta, anoten, por favor… Y me detuve, dudé y repetí:
--Primera pregunta…
Alguien dijo, en tono irónico:

--Primera pregunta… y no tiene ni idea de qué preguntarnos.
Escuché el comentario y disparé:
--Realice un comentario acerca de una obra venezolana y su autor. Extensión: mínimo 10 líneas, máximo 25.

Todos me miraron, como diciéndose: -¡está loca!, eso no está en el libro-. Yo acoté:
--Quiero saber qué piensan ustedes acerca de lo que han leído, no me interesa lo que le hayan dicho los demás, no quiero a los “expertos”, quiero a los lectores, a los que comparten experiencias, ideas y sueños con alguien desconocido y, a la vez, tan íntimamente conocido.
Habían colocado música, cosa que me pareció extraña, pero muy agradable. Pensé: ¡Qué bien!, un método experimental en el proceso aprendizaje-enseñanza. Mas, llegó un momento en el que la música dejó de ser adecuada para tal menester.

Entre las chicas, encontré una que se apiadó de mí y trató de ayudarme, buscando la manera de eliminar el hilo musical, al menos bajarle volumen. No fue posible.
Mi exasperación crecía y el desinterés entre ellos por escuchar lo que yo tenía para decirles también. El caos parecía inminente. Respiré y me dije: -Espera, tú sabes quién eres, así que tú puedes hacerlo-.

En ese mismo momento, desperté. Había tenido uno de esos sueños que llamamos “pesadilla”. Gracias a ella comprendí un poco mejor todo cuanto había leído y escuchado acerca de una vieja lección: “Descubre quién eres y ya no temerás
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NUESTROS MIEDOS

En una entrega anterior, (http://crecer-y-renacer.nuestra/historia personal.blogspot.com) estuvimos comentado nuestro miedo ante la separación.

Al nacer, nos separamos de mamá, de un lugar confortable, a una temperatura constante de 37 grados y agradablemente oscuro, debemos enfrentarnos a un medio frío, seco, con una luz cegadora y mucho ruido a nuestro alrededor.

Nos falta el oxígeno, los pulmones deben inflarse automáticamente y debemos comenzar a respirar solos. Ya somos independientes y nuestra vida, ahora, depende de que nuestros sistemas y mecanismos de supervivencia se activen correctamente.

Precisamente, uno de estos mecanismos es el hambre, nunca antes sentida porque mamá, a través de la placenta se encargaba de tener listas todas las provisiones. Pero comenzamos a movernos, a respirar y nuestro cuerpo aumenta considerablemente el consumo de energía. Sentimos hambre, aparecen los dolores estomacales, como un mecanismo de demanda de alimento.

La sensación es realmente desagradable y, el cuerpo activa entonces su sistema de almacenaje, desarrollando, a lo largo de nuestro primer año de vida el tejido adiposo, donde guarda todas las reservas posibles.

Este mecanismo es el que después, queremos reprogramar a través de la imposición, la incomprensión y la tortura, haciendo cuanta dieta encontramos por allí, tomando medicamentos y componentes químicos para obligar a que este mecanismo abra sus compuertas y libere todas las reservas acumuladas.

Déjame decirte que, si escucharas verdaderamente dentro de ti, oirías cuánto sufre tu cuerpo, tu fiel servidor, ante las acciones torturantes que llevas a cabo para obligarlo a perder sus reservas. Es como si alguien te obligase a entregar todas tus provisiones de agua y luego te dejase a merced de las arenas del desierto, sin conocerlo bien, sin saber cómo encontrar nuevos abastecimientos. Creo que la mayoría de nosotros sentiríamos pánico, ¿y tú?. Pues, él siente algo parecido y por eso enciende todas sus alarmas que, por supuesto, tú te niegas a escuchar por miedo. Te arriesgas y arriesgas tu propia vida por seguir los patrones de belleza de un alguien, porque están de moda. Todo por miedo a ser rechazado. ¿Te das cuenta de ello?.

Tu miedo nace de mirar y buscar afuera, de compararte y comparar a los demás con parámetros que aprendiste también fuera de ti. En la medida de que las exigencias de tu entorno sean más elevadas, en tal o cual aspecto, más crecerá tu miedo.

No miras sobre lo que es bueno para ti, sino lo que es bueno para los demás, aunque todo tu ser te grite constantemente que eso “bueno” te está haciendo daño, porque a ti no te funciona. Lo malo es que si rompes el esquema, te sentirás en el aire, posiblemente nadie te entienda, nadie te acepte como eres, pues tu vida ha estado llena de innumerables “no”. Los que te dijo tu mamá, los que te repitieron tus maestros en tus años escolares, los que recibiste de tus amigos cuando no te plegaste a las decisiones de tu círculo de amigos o del líder del grupo de compañeros de clase.

El temor a sentirte solo, aislado, rechazado, raro o idiota, te hace ceder. Para este entonces, estás a punto de dejar la adolescencia y convertirte en adulto. Las responsabilidades crecen y con ellas las angustias, las soledades y los miedos. Las puertas del hogar de tus padres se abren, y te empujan a la selva de afuera.

Allí, deberás luchar y enfrentarte a todos y contra todo. Ahora debes demostrar que eres el más listo y el más apto de la selva. Para ello, debes atacar primero y mantenerte a la defensiva.

No importa qué o a quién te lleves por delante, debes triunfar. Y un día, lo logras. Pero, sientes que estás más solo que nunca. Dentro de tu corazón, muy bajito, comienzas a escuchar tu propia voz diciéndote: ¿Valió la pena tanto esfuerzo para estar tan solo?
Tu primera impresión ante cualquiera que se te acerque es de desconfianza, y si eres tú quien se acerca a otro, será para ver qué le arrebatas. Le impones condiciones a todas tus relaciones, incluyendo la de pareja, por supuesto. Así, las heridas van y vienen en tu vida. Hasta llega un momento en el que te preguntas por qué insistes. Y te das cuenta que una energía natural en ti te empuja a ello: el amor es parte de tu naturaleza.

No he encontrado, a lo largo de los siglos, - en las culturas occidentales y en las orientales- un concepto, un sentimiento, una razón o como desees llamarle, al que se le haya dedicado tanto tiempo, tantas palabras, tantos poemas y relatos, tantas composiciones musicales como al amor. Parece ser el tema predilecto de todo cuanto producimos para el disfrute y manifestación del alma, llámese arte pictórico, arquitectónico, musical, literario, publicitario, sea antiguo, moderno, contemporáneo o posmoderno.

Llega un instante en tu vida, en el que te detienes, pues estás cansado de golpear, de pelear, de manipular, de acusar y de juzgar. Y empiezas a vislumbrar que, tal vez, las cosas no hayan sido como las viste. Tal vez los culpables de todas tus heridas y sufrimientos no fueron los otros. Te preguntas, entonces: ¿Será que nunca nadie me ha hecho nada?.

Al llegar a este punto de tu vida, reflexionas acerca de todas tus relaciones y, sorprendentemente, descubres que loa sufrimientos y momentos difíciles vividos por ti, no pudieron causártelos nadie que esté fuera de ti.

Empiezas a observar a tu alrededor y te das cuenta que los otros han estado tan asustados y tan a la defensiva como tú. Sólo son personas angustiadas, estresadas y con grandes temores, como tú.

Este descubrimiento te hace más compresivo, tolerante y paciente contigo mismo y con los demás. Este descubrimiento te permite, por fin, recibir toda la luz del sol en tu corazón. Y aquí comienza tu viaje consciente hacia ti mismo, reconociendo, poco a poco quién eres y, por supuesto, dejando de temer.
1. Ilustración de Corbis.com
2. Foto: publicada en 20minutos.es. Montaje: Laura Morales