domingo, 8 de junio de 2014

Lo que aprendí de mi amigo Pancho

A veces creemos que nuestros maestros vienen en esas estampitas santificadas por el Vaticano, o por cualquier autoridad máxima de nuestras religiones.
En más de una ocasión descalificamos a nuestros grandes maestros porque no concuerdan con el ideal de lo que se nos ha enseñado acerca de ser santo, maestro o como quieras llamarle.
Esto lo descubrí, en teoría, hace mucho tiempo, cuando leí, no recuerdo dónde, la historia de un singular Maestro oriental. Este sabio tenía a su cargo un número de discípulos y entre ellos uno muy desordenado, que jamás cumplía con las tareas.
No hacía meditación, no seguía las instrucciones, en fin, todo lo hacía como se suponía no se debía hacer.
Una tarde se le acercó el mejor de sus discípulos, el más brillante, aquel que, a todas vistas, sería su sucesor y, aunque dudó, finalmente preguntó:
-Maestro, si es tan desordenado y no hace nada bien, ¿por qué continúa como su discípulo?
El Maestro sonrío, miró al cielo y dijo:
-Aunque ahora te parezca mentira él es el mejor de los maestros entre todos nosotros, pues nos permite ver el cómo no se deben hacer las cosas, además es auténtico y lo hace de todo corazón. Es su propia búsqueda, no me sigue a mí, tampoco mis palabras, pero sigue a su propio corazón. Tal vez nos parezca equivocado algunas veces, mas nos ha enseñado tanto de sí, que si se marchara recorrería el mundo entero para rogarle que volviese junto a nosotros.
El discípulo, un tanto confuso aún, bajó la cabeza y tímidamente acotó:
- Gracias Maestro, meditaré en sus palabras.
Cuando conocí a mi amigo Pancho recordé esta vieja historia.
Él era un maestro, no porque enseñara cómo hacer las cosas. No, para nada, era un maestro porque se había permitido vivir lo que viniese y como viniese. Es más, se había dado el permiso de buscar eso que llamamos aventura y, sin pensarlo mucho, seguirla hasta donde le llevara cada experiencia.
Me lo dijo esa mañana, no sé con qué grado de consciencia, ¡qué importa eso ahora!

-Yo soy tu maestro
Le miré algo asombrada.
Él siempre provocó en mí una extraña mezcla de sentimientos, por un lado quería abrazarle, era alguien gritando “ámenme”, o “quiero alguien que cuide de mí”, “soy frágil con un delicado corazón”; por otro lado, sentía que era alguien en quien podía refugiarme, como cuando era niña y, buscando un poco de afecto, abrazaba un osito de peluche que tuve por muchos años.

Pancho era tosco, sin duda un “reptiliano”, pero entre tanta aspereza en palabras y gestos, se escondía un gran corazón.
Esa tarde me sentía mal, golpeada, humillada como decíamos en mi grupo en la máxima de las bajas, por supuesto eso significaba que mi vibración estaba muy baja, muy densa y necesitaba ayuda, mucha luz. Pancho no sabía nada de ello, apenas nos habíamos conocido un par de días antes. No obstante, por esas causalidades de la vida, al enviar el mensaje desde mi celular, Pancho se me coló, aún no sé cómo pero sucedió. Recibió mi mensaje y, para mi gran sorpresa, su llamada llegó unos cinco minutos después de mi s.o.s. Fue el primero en contestar.
Me sentí avergonzada, no sabía qué decir, ni cómo explicarme. Al final descargué mi tristeza en él. Fue entonces cuando comprendí por qué se autodenominó mi maestro.
_sé elástica, dijo.
-Cede, no importa cuánto, solamente cede y verás qué bien funciona.
Nunca olvido su gesto, desde entonces guardo por él un gran aprecio, pues sé que él es mi amigo y lo será por siempre, no importa lo que pase y a dónde la vida nos lleve, Pancho es mi amigo y mi maestro.
Unos días antes estuvo contándome acerca de su vida, había vivido siempre a su manera, me habló de sus múltiples experiencias en la vida. Había hecho de todo, había pasado por mucho. Había visto y experimentado más de lo que yo había imaginado en toda mi vida.
Era un aventurero, había bebido, parrandeado, había tenido muchos amores y se había dado el lujo de vivir estados alterados de conciencia de la mano de verdaderos maestros, siempre a su manera. Parecía que Pancho era aquel discípulo que enseñaba como no se debe experimentar la ascensión, pero no era cierto.
Descubrí que en sus toscos gestos había tanto amor por la vida, por la gente, por las cosas en general, como sólo un auténtico maestro podía sentir. Estando cerca de él, en apenas unos cuantos días, comprendí que no se puede vivir sólo de palabras, de teorías o de maneras preconcebidas para hacer las cosas. Simplemente hay que hacerlas y aceptarlas como vienen, dejarse llevar y estar atentos. Es la única manera de conocernos, de saber de qué y hasta dónde somos capaces de vivir sin temor, sin vergüenza, sólo vivir, como el viejo Zorba, el griego que remontaba mares y, sin importar lo que sucediese, en medio de una cruenta guerra, se subía a los tejados a bailar y a disfrutar de la brisa, a vivir el momento sin prejuicios, sin detenerse por un mañana o un ayer que no existen. Se trata de sólo vivir cada instante, experimentarlo, saborearlo como si fuese el único, porque de veras es así, único.
Pancho me había puesto de nuevo frente a toda la creación, mi creación, lo que hiciera o dejara de hacer con ella era sólo un asunto mío.
Me había enfrentado a la realidad que parecía haber olvidado. Mi problema con mis hermanas era sólo mi reflejo. Lo que criticaba en ellas no era más que lo que estaba en mí.
Muy a su manera, Pancho me estaba diciendo que mi mirada se había equivocado, pues estaba buscando afuera lo que estaba dentro de mí. No había a nadie a quien culpar. Ahora me tocaba aprender a asumir mi propia realidad. Por eso, sabiamente, me dijo “sé elástica”, pues debía ser flexible conmigo misma y luego, con los otros.

Fotografías: www. laboutiquedelpowerpoint.com e Image Bank

domingo, 25 de mayo de 2014

SOMOS EL PAÍS DEL 'MÁS O MENOS' EL 'BICHO Y EL PEROLITO'



Misterios de la lexicografía y la semántica venezolana
por Aníbal Nazoa

--Dejo aquí algunas reflexiones del escritor Aníbal Nazoa, acerca de nuestras imprecisiones cuando hablamos. Apoyo su reflexión respecto de que "rozamos el límite del surrealismo" en este sentido; así como el encanto que nos producen esas palabras que llamo "comodín" en las que, por cierto, los "maracuchos" somos campeones.


Si en uno de esos coloquios vía satélite que están de moda se me preguntara cual es a mi juicio el rasgo distintivo del venezolano, no vacilaría en responder que la imprecisión, la indeterminación es nuestro signo capital. Somos el país del más o menos, del más acaíta y más allaíta, más arribita y más abajito, en eso nos parecemos a los ingleses, que jamás dicen ‘near’ sino ‘not far from’  (No está lejos de por cerca de) tal o cual parte, ni aceptan que ninguna cosa sea definitivamente buena sino ‘not bad at all’. (no está mal en absoluto)

Pero nosotros vamos mucho más allá, rozamos los limites del surrealismo en nuestro comportamiento y lenguaje cotidianos. Cualquier extranjero que nos visite por primera vez enloquecería si oyera, como se oye corrientemente, a un electricista, plomero o cualquier técnico venezolano ordenando a su asistente: ‘Tráeme la vainita esa de bichar los perolitos del coroto’, lo asombroso no es la terminología en sí, lo increíble es que el ayudante comprenda perfectamente bien la orden y traiga exactamente lo que se le está pidiendo…
El mismo extranjero tal vez moriría en el intento si tratara de comprender la nomenclatura de nuestras ciudades. Para empezar, en las urbanizaciones venezolanas, las casas no se identifican por números sino por nombres, los cuales suelen dar origen a grandes confusiones. Así, por ejemplo, siendo (por razones que desconozco) San Judas Tadeo uno de los nombres preferidos por la clase media para bautizar a sus viviendas, no es raro que en una misma calle haya seis quintas San Judas Tadeo, con la consiguiente desesperación de quien busque tal dirección.
Luego tengamos en cuenta el estilo venezolano de dar las direcciones; rara vez un venezolano dice: ‘Avenida Betancourt, Edificio Lusinchi, tercer piso, número 33′. No, la forma habitual de dar la dirección es: Más alantico de la plaza Alfaro Ucero, pasada la panadería, un edificio blanco con unos ladrillitos arriba, junto a una casa rosada con rejas verdes que tiene al lado una mata de mango’, añadiendo de paso alguna fórmula misteriosa como ‘del lado de allá, no como quien va sino como quien viene’.

En materia de tiempo, el venezolano es uno de los seres más indescifrables que existen. Solemos, por ejemplo, concretar una cita ‘en la tardecita’ o ‘en la nochecita’, pero nadie sabe a ciencia cierta qué es la tardecita, que para uno es la tarde a primera hora y para otros la ultima parte de la tarde, ya cerca de la nochecita, que tampoco es un concepto claramente establecido (naturalmente, ¿cómo va a estar claro si es de noche?), pero en todo caso citarse a una hora es visto como algo desconsiderado y hasta reaccionario.  Mejor se dice ‘a golpe de’ o ‘tipo cuatro, cinco’. ‘A las cuatro y pico en punto’, que en todas partes es un chiste, en Venezuela es una hora que puede corresponder a una realidad. No aspiro a que me lo crean, pero en una ocasión oí decir a un locutor de una emisora radial de provincia anunciar la ‘hora legal de Venezuela: las cinco y media pasaditas’.

Capítulo aparte merecen nuestras relaciones con los taxistas. Hay que ser extremadamente cuidadosos en los tratos con estos caballeros que abolieron por su cuenta el uso del taxímetro sin que el gobierno chistara y sin que nadie sepa por qué sus vehículos se siguen llamando taxis. Para contratar una carrera de taxi, el francés-pongamos por caso- sube en el coche y ordena: ’25 rue Caucheman’, el ingles hace lo propio e indica: ’34 Peninton Road’, y ya. El venezolano introduce media cabeza por la ventanilla del auto y pregunta: ¿Por cuánto más o menos me lleva a Prados del Este? Es muy probable que el chofer le responda: ‘¿Prados del Este? Ah, no… yo pa allá no voy’, y arranque obligándolo a saltar. En caso de que acceda, el pasajero no indica la dirección de su destino sino que se dedica a guiar al conductor: ‘En el próximo semáforo a la derecha… en la esquina a la izquierda, otra vez a la izquierda y después derechito por la subida…

Agréguese a esto, como una muestra de nuestro gusto por la imprecisión, que aquí practicamos la curiosa costumbre de regatear con el taxista, que no pocas veces acepta hacernos alguna rebaja en el costo del servicio. Y para cerrar el capítulo del transporte, recordemos que los colectivos, aunque tengan paradas fijas establecidas, por lo regular no se detienen en ellas sino donde lo exija el pasajero, según la fórmula universalmente aceptada: ‘Donde pueda, señor… 

Podría seguir citando ejemplos de nuestra afición por la imprecisión y la vaguedad, pero para no cansar a los lectores concluyo con lo que considero perteneciente al propio reino de la poesía. En todas partes, para expresar el sentimiento que inspira cualquier hecho o circunstancia se suele decir, ‘me da miedo’ ‘me da rabia’, ‘me da asco’ o ‘me da’ lo que sea según el caso; en Venezuela decimos ‘me da cosa’… ¿Qué es cosa? ¡Vaya usted a saber!

sábado, 8 de marzo de 2014

HOLA Gerardo, y a todos mis estudiantes.
 Si desean comunicarse conmigo pueden hacerlo a la siguiente dirección
lauraelenamoralesg@gmail.com