viernes, 21 de noviembre de 2008

Para trabajar contigo mis apegos


Luego de tanto tiempo, regreso a mi máquina, digo mi compu... Muchos eventos han transcurrido y entre los más recientes, mi Chechi se fue "al cielo perruno", como dice mi nieto.
Es hora de regresar a juntar palabras que nos abren al corazón de los que consideramos "los otros".
Un animal, simplemente un animal se fue, tal vez para quienes no comprenden lo que es un miembro de la familia, peludo, al que despectivamente se le llama mascota, pensarán que es drama. Déjame decirte que sí es drama, tienes razón, es un apego. Permíteme hablarte de mis útlimas experiencias en cuanto al trabajo del desapego.
Cuando Princesa, mi Chechi, se marchó fue realmente duro para mí. Me llamaron de la clínica veterinaria para avisarme que debía ir a firmar la autorización para realizarle una eutanasia. Se me pedía que firmase un papel, el cual decidía la vida de mi Princesa. Cuando entré al consultorio, ella apenas y podía levantar la cabeza, estaba sumamente hincahada, su hígado había crecido seis veces más de lo normal. No podía comer ni tomar agua sin ahogarse.
"La otra opción -dijo el veterinario- es dejarla tal como está y esperar que sufra un paro respiratorio o un infarto".
-¿Cuànto tiempo?, pregunté
-Es cuestión de días, resapondió.
Firmé la hoja y todo transcurrió en cuestión de segundos. El médico preparó la inyección letal, yo le tomé la patita y Princesa no puso ninguna resistencia. Su corazón dejó de latir en menos de un minuto. Fue una experiencia difícil para mí. Yo decidiendo si Princesa vivía o moría. Aún hoy, con lágrimas en los ojos, después de un año, continúo pensando que fue lo mejor para ella, pero la mezcla de sentimientos no ha desaparecido del todo. Racionalmente sé que hice lo correcto, emocionalmente no lo sé, me pregunto ¿Hubiese sido mejor que ella se fuese por sí misma, pese al dolor físico que ello representaba?.
Chechi confiaba en mí, ¿sabría que aquella inyección era para acabar con su vida?.
Mi egoísmo me traiciona, mi ignorancia respecto de la vida entera y acerca de los verdaderos designios del universo, me ciegan. Me limito en cuanto a lo que siento desde afuera, me llena de temor el no saber y, peor aún, el descubrir que todo esto no es más que un apego.
Luego, siguió mi hija y mi nieto, pero esta historia la guardo para después, en una entrada aparte. Ahora, permíteme contarte cómo enfrenté la partida de Sai Râm, mi gata negra peluda, mi "Chartre de pipotè", como le llamaba mi sobrino, pues, en realidad es una chartre, una rara raza francesa, rara por estos lares, aclaro, lo del pipotè, es porque la encontré, junto a su hermano, un hermoso chartre gris, botados junto al tacho de basura, al cual, los maracuchos llamamos "pipote", he allí que nuestro "pipote" él lo convirtió en un "pipotè" a lo français.
La historia de Sai Râm y Baba
Esa mañana encontré el rincón de mi cama, donde ella solía dormir, lleno de pelos. Ya no estaba conmigo, se había ido la tarde anterior.
Tuve que regalarla porque mis horas de trabajo ya no me permitían atenderla, además, mi hermana me había echado de nuestra casa, apropiándose de ella. Así que literalmente, quedé en la calle.
Había conseguido una modesta, pero muy linda habitación para vivir, pero la dueña de casa no quería gatos “y menos negros, ¡uuuuyyy!, son de mal agüero”, comentó cuando le planteé la posibilidad de que Sai Râm viviese conmigo.
Me emocionó encontrar los pelos de Sai Râm aún en mi cama, era lo único que me quedaba de ella, así que me dediqué a recogerlos, traté de juntarlos todos, primero intenté con mi mano, pero no parecía funcionar muy bien, enrojecida ya por el roce con la tela, tuve que desistir. Entonces, intenté con un cepillo, no quería peder ni un solo pelo de mi gata. Entretanto, las lágrimas corrían por mis mejillas, hecho que complicó aún más mi tarea de recolección, por cuanto la vista se me nublaba.
Era obsesivo. Sai Râm no estaba conmigo, pero el pequeño ovillo de pelos permanecía en mis manos. Lo guardé cuidadosamente en una cajita en forma de corazón, bellamente decorada, lo observé, lo acaricié y lo guardé.
De alguna manera, estaba obsesionada con mantener a Sai Râm ¿a mi lado o en mi corazón?.
No quería olvidar, pero ¿olvidar qué? o ¿a quién?. ¿Era la ausencia de Sai Râm o mi propio vacío lo que me dolía? .Qué era lo que no quería olvidar, ¿a Sai Râm o al amor que creía sentir por ella?, o era simplemente mi egoísmo. Tal vez era mi temor más que mi amor, mi obsesión por no perderla.
Sabía que debía continuar mi camino y que Sai Râm tenía derecho a seguir con su vida, una vida que yo ya no podía ofrecerle.
Mi responsabilidad con ella era proporcionarle un buen hogar, donde disfrutase de seguridad, comodidad, comida, agua y, lo más importante: amor. Todo eso lo habíamos encontrado. Las chicas que se haría cargo de ella, lo primero que hicieron fue meterla en la cama, junto a ellas.
Al ver aquella primera acción, supe que Sai Râm, había encontrado su nuevo rumbo, su nuevo hogar, el que yo ya no le estaba proporcionando. No obstante, continuaba obsesionada con la idea de tenerla conmigo. Estaba atascada en la soberbia idea de que sólo yo podía y quería cuidarla como ella se lo merece.
Aquellas niñas, de entrada, me habían dado una gran bofetada. Sin conocerla, apenas viéndola saltar de la jaula, se abalanzaron a mimarla, con tanto o más amor que yo, que me ufané siempre de haberla criado desde horas de nacida, de haber sido su única mamá. Y, orgullosamente contaba, una y otra vez, la historia de cómo la recogí, a ella y a su hermano, de mi jardinera, junto al pipote de la basura. Tenían hipotermia, no habían mamado, su cordón umbilical todavía sangraba.
Los crié a ambos con gotero. Repetía la historia de las malas noche que pasé durante una semana y de cómo, finalmente logré que sobrevivieran.

Baba se había ido ya hacía un par de años, tuve que regalarlo porque vivíamos en un apartamento, afortunadamente para él, en un primer piso, mas cada vez que yo salía él se desesperaba y se lanzaba por las ventanas a buscarme. La primera vez, se rompió el hocico, la segunda, un colmillo y la tercera se destrozó las garras, tratando de asirse al radiador de un aparato de aire acondicionado. Cuando le vi sangrando y con tanto dolor al caminar, decidí buscarle un hogar, y lo encontré en casa de una médica veterinaria. Todavía vive con ella y su familia. Todos le adoran y hasta le han comprado una gatita para que sea su mascota y no se sienta solo y deprimido cuando la familia sale de casa. Me han enviado noticias de cuán feliz está. Mejor que a mi lado. Me costó aceptarlo, pero sé que es así.
Ahora, me tocaba entregar a Sai Râm, la vida la puso una tarde en mi camino, era hora de devolvérsela, y fue también en una tarde soleada de un primer día de agosto.
Al observar la escena de las chicas acariciando a Sai Râm, en tan sólo un instante, entendí cuán fuertes, terribles, egoístas, soberbios y destructivos pueden ser los apegos en nuestra vida.
Comprendí, por fin, que lo más importante no era lo que perdía -pues en verdad, no perdía nada-, sino lo que había logrado vivir junto a cada uno de estos seres, fuesen de dos o de cuatro patas, eso no importaba en lo absoluto.
Un día me los obsequié, ahora me tocaba compartirlos, entregarlos a otros para que aquellos también pudieran vivir las experiencias que necesitasen,y a su vez, dejar que ellos decidiesen su camino para crecer y renacer, como, de alguna manera, había comenzado a hacerlo yo, en una tarde de un primer día de agosto.
--Fotografías del álbum familiar

domingo, 3 de febrero de 2008

LO QUE EL MIEDO ES CAPAZ DE HACER


Como nuestra mayor fuerza creadora, el miedo, al igual que el amor, mueve montañas. Sólo que, en vez de construir, destruye.

Hace poco tiempo, Rina recibió tres inivitaciones a la celebración del aniversario artístico de un cantante muy conocido. Tenía una entrada para ella, una para su hijo y, dado que tenía una extra, decidió invitar a su amiga Victoria, quien había trabajado como vocalista en una orquesta de ritmos bailables durante mucho tiempo.

Victoria, había pasado mucho tiempo alejada de ese medio, pues, luego de su matrimonio y su primer embarazo, había dejado de cantar, algo que adoraba hacer, pero también amaba a su esposo y quería tener una familia.

Conocía a todos, pero recordando lo duramente competitivo que es el medio farandulero se preguntaba: "¿Me recordarán?..." Había pasado mucho tiempo y su gran temor parecía ser, más bien, que la reconocieran y le preguntaran qué estaba haciendo. Después de su divorcio, había estado trabajando en diversas ocupaciones y para ese momento, se dedicaba, con su camoineta, a llevar y traer niños a la escuela. Era un transporte escolar particular.

Posiblemente, esta tarea tan digna y hermosa, tal vez se le hacía muy poco, al lado de subir y bajar de un escenario, seguida del aplauso de la gente.

Cuando Rina la llamó para invitarla, Victoria inventó varias excusas, como el funeral de un vecino, después acotó, que no podría dejar sola a su mamá y así, se pasó horas inventando justificaciones.

Después de mucho discuitr y buscar soluciones a cada excusa que Victoria le presentaba, Rina le preguntó:
-- ¿Qué te pasa?, ¿A qué le tienes miedo?--

A lo que Victoria contestó:

--No claro que no, ¿por qué tendría que tener miedo?

--Y entonces, ¿por qué no quieres ir?

Ante la concluyente pregunta de Rina, Victoria, que no se atrevía, ni siquiera a aceptar su miedo, no le quedó más remedio que acceder:

-Está bien, yo voy con ustedes, pasen por mí.--

Llegó el día del evento. Cuando Rina pasó por Victoria, inmediatamente notó lo incómoda que estaba. Comenzaron a hablar, pero sentía que, mientras se acercaban al teatro donde se realizaría la celebración, la tensión de Victoria iba en ascenso. Rina ya no sabía qué decir y Victoria ya no sabía cómo disimular su temor. Estaba, cada vez, más nerviosa. Al llegar al estacionamiento y bajar del vehículo, Victoria trató de sonreir, pero en su rostro se veía su angustia, según Rina, estaba a punto de entrar en pánico. La trayectoria desde el estacionamiento a la entrada del teatro, pareció la caminata del sentenciado hacia el paredón de fusilamiento.

Cuando se acercaron, se percataron que todo estaba a oscuras. Preguntaron al portero y éste, asombrado, respondió:

--Señora, aunque usted no lo crea, porque yo tampoco, estalló todo el sistema eléctrico del Teatro. No entendemos qué pasó, pues hasta esta tarde se estuvo probando el equipo de sonido y todo funcionaba perfectamente. Lo único que le puedo decir es que ese hombre -refiriéndose al homenajeado- "está salao".

Victoria respiró profundamente, posiblemente por primera vez en dos días, desde que recibió la invitación de Rina. La celebración se canceló indefinidamente y Rina, en silencio, muy bajito dentro de sí, exclamó:

--¡Lo que hace el miedo!.

Como este, he escuchado miles de ejemplos. Me contaron la historia de una mujer que amaba profundamente a sus hijos, era una madre ejemplar. Su vida eran sus hijos. Una tarde, meintras ella estaba cocinando y sus hijos jugando a su alrededor, el horno estalló y comenzó a despedir llamaradas. Ella, que había recibido el fogonazo en la cara, salió corriendo fuera de la casa, olvidándándose de que sus tres niños habían quedado adentro. Afortunadamente, el mayor de los niños, de 9 años, tomó a sus otros dos hermanitos y los condujo hasta la salida.

El accidente no pasó de una cocina quemada, así como las pestañas y las cejas de la mujer. Los niños resultaron ilesos, pero la mujer jamás olvidó cómo el miedo la había hecho "fallar como madre".

Cuando me preguntaron qué opinaba acerca de esto, yo me limité a responder:

--Esa mujer debe ser más condescendiente con ella misma, entender su miedo y perdonarse a sí misma, de lo contrario, el amor por sus hijos, entonces, no será real.

También leí, hace ya muchos años, la historia de una mujer que tuvo un accidente automovilístico. Iba con su pequeña hija. Cuando volcó su automóvil, ella logró salir, pero su hija estaba atrapada. Era una simple mujer de mediana estatura, pero el llanto de su hija hizo que ella arrancase la puerta atorada, como sólo hubiese podido hacerlo un Hércules.

Ante este hecho, yo te pregunto a ti: ¿Qué actuó en ella?, ¿la fuerza del miedo o la del amor?...
Sólo observa los resultados y la diferencia entre ellos.