lunes, 17 de agosto de 2009

Para trabajar contigo mis apegos (II)


No encuentro cómo empezar a contarte esta historia. Digamos que el dolor que sentí al tener que devolverle a la vida a Sai Râm, fue porque me había quedado “sola”.
Mi hija se había marchado, y en muy malos términos conmigo. Luego de cuatro meses, no sabía dónde estaba, dónde vivía, tampoco supe nada de mi nieto en todo ese tiempo. Simplemente, nuestra relación se había roto, yo la daba por terminada, tanto, que me atreví a escribir lo siguiente: “Se dice que madre e hija es un vínculo para siempre, pues yo puedo decir ahora que no es así.”
Una tarde llegué a mi casa donde, por cierto, tenía miles de problemas, pues de ser una casa familiar, mi hermana se la había apropiado y la reclamaba para sí. Así se pasó meses vociferando, agrediéndome, incluso golpeándome físicamente para que me marcharse, mas yo, simplemente, no tenía donde ir. Y, por esas cosas que la vida nos da para experimentar y crecer, tuvimos que aprender a soportarnos. Ella, por su lado, escondía la comida, hasta las servilletas las guardaba en su nevera, para que yo no las usase. Entretanto, yo aprendí a tener paciencia con tanta miseria. La comida se perdía pero ella prefería eso a compartirla. De esa forma se me fueron borrando, hasta que un día ya no la vi más. Era como si hubiésemos comenzado a vivir en planos paralelos.
Pero, volviendo a mi historia, llegué esa tarde de mi empleo y ¡sorpresa!, mi hija y mi nieto estaban de visita. Él tenía mucha fiebre y mi hija se notaba cansada, demacrada, marchita. Supongo que lo que estaba viendo era el resultado de las horas de trabajo, su comer a destiempo y el no dormir bien.

-Hola Gigi- me dijo suavemente, abrazándome.
_Hola mi vida, respondí emocionada. ¡Había crecido tanto!. Cuando le toqué supe el porqué de su carita, tenía mucha fiebre.
En ese momento mi hija se acercó
-Hola mami- y me dio un beso
-Voy a llevar al niño al médico
-Sí, veo que tiene mucha fiebre- dije. –¿Sabes de qué?- pregunté.
-No mami, por eso lo llevo al médico.
Entonces dijo:
-Mi amor despídete de Gigi
El niño me miró y comenzó a llorar
-¿Qué sucede?- le pregunté, e inmediatamente repuse: -¿Quieres que te acompañe?
Movió su cabecita afirmando.
Fui con ellos, él y yo íbamos conversando en el auto, como si no hubiese pasado nada y, de repente le toco, la fiebre había comenzado a bajar. Entonces me dirigí a mi hija:
-¿Le diste algo para la fiebre?
-No mami, ¿por qué?, preguntó
-Porque la fiebre ha comenzado a bajar
-Sí, me he dado cuenta que las fiebres en él son emotivas
_No son emotivas -interrumpió el niño-. Yo no estoy emotivo
-¿Y entonces de qué es?, preguntó su madre
_ Es que me duele el estómago, respondió el niño
-Bien,¿nos devolvemos o prefieres ir al médico?
-Prefiero ir al médico.
E intervine, como madre al fin:
-Creo que lo mejor es que lo vea el pediatra, no sea que a medianoche se ponga peor.
Continuamos camino al consultorio, mas cuando llegamos, la secretaria nos informó que el médico estaba de vacaciones.
-No tengo otro pediatra- dijo mi hija
-¿Por qué no consultas para ver si hay alguien de guardia?
-No mami, vamos a la farmacia y le compro lo que él acostumbra a tomar para la fiebre.
-Pero hija- traté de refutar.
-Tranquila mami.
No quise intervenir, pues sabía que terminaríamos discutiendo y no quería eso.
Nos regresamos y ella me dejó en casa. El niño y yo nos despedimos con un fuerte abrazo, pero ambos queríamos seguir juntos.
Él se quedó mirándome a través de la ventanilla y yo me quedé parada en la acera, viendo cómo se alejaban.
En ese instante entendí que el amor no tiene apegos. No es un querer estar juntos por encima de ti y de mí. Es, simplemente, un lazo que viene y se nutre del corazón, nada más.
No obstante, es difícil comprender y vivir con ello. El reloj marcaba las 8:20 de la noche cuando mi teléfono sonó:
-Hola Gigi, te extraño mucho
-Yo también mi vida. Te amo y siempre te amaré. ¿Viste? tú me llamas y estamos juntos.
-Sí. Chao Gigi
Rompí a llorar, pero entendí que el niño se sentía mal y buscaba refugio en mí. Así que debía ser fuerte y no perder el tiempo llorando, sino dándole fuerza, energía sanadora, eso era lo que él necesitaba, las lágrimas eran el drama de mi ego, “así que puede esperar o aguantarse”, me dije.
Me comuniqué con mi hija por la mañana y el niño había estado mal. Lo llevó a medianoche a una emergencia médica, pues la fiebre era muy alta, además había vomitado.
-Pasó mala noche mami, porque el medicamento que le inyectaron para la fiebre le hizo una reacción alérgica, así que tuve que llevarlo por segunda vez, en eso pasamos toda la noche, pero ya está mejor.
Él intuyó y yo traté de ayudarle lo mejor que pude. Seguíamos comunicándonos desde el amor, yo le daba mi protección aún sin estar físicamente a su lado y él lo sentía. A cambio, él me daba la oportunidad y la alegría de ser madre por partida doble. Comprendí en mí lo que significaba ser abuela. Es maravilloso lo que descubrí, ser abuela es ser madre sin apegos.
Le había entregado a la vida a mi hija, ahora a mi nieto y ya no quedaba más que el vacío del espíritu, donde sólo cabe Dios. La cuestión ahora era cómo mantener ese estado.
Fotos del álbum familiar