miércoles, 15 de noviembre de 2006

Autoconocimiento

El conocerse a sí mismo es la tarea más difícil que tenemos todos. Vivimos mirando afuera, comparándonos con los demás y, por sobre todas las cosas creyéndonos, a pies juntillas, las definiciones y conceptualizaciones con las que nos etiquetan los demás. Mirar hacia dentro cuesta, hiere y, sin embargo, es nuestra mejor y más auténtica salida en la vida.

PERO... ¿CÓMO CONOCERSE A SÍ MISMO?

La primera vez que asistí a una escuela esotérica, me llamó poderosamente la atención el gran letrero que se encontraba en la parte superior de la entrada, en él rezaba:
"CONÓCETE A TI MISMO Y CONOCERÁS A DIOS".
Me impresionó tanto que, durante años, estuve intentado no sólo aprender qué significaba exactamente , sino aplicarlo a mi vida, a mi día a día, en la calle, entre la gente, en medio del bullicio de todos los días. Una vez, en una clase de actualización docente, en la Universidad del Zulia, estudiamos los procesos mentales que realizamos a cada instante: observar, comparar, clasificar, relacionar, sintetizar y transferir datos. (Esto, a muy grosso modo). Así que me dije: "habrá que comenzar por observarse".

Descubrí, entonces, que tenía dos maneras de responder a todo: reaccionar y actuar. ¿Y la diferencia?
Pues, la diferencia estaba en el grado de conciencia empleado para responder. Vayamos por parte:

Reaccionar significa accionar con la fuerza del impulso irracional, es instintivo, instantáneo y emocional, un antiguo mecanismo de superviviencia de nuestra especie, cuando abundaban los depredadores más fuertes y mejor dotados con medios de defensa, como colmillos y mandíbulas poderosas, así como afiladas y largas garras. Ante el ataque de un depredador no hay tiempo para sentir, analizar y responder. Sólo se reacciona hueyendo o atacando.

Actuar, por su parte, es un proceso que implica reflexión, selección consciente entre varias opciones, es una elección pensada, meditada, asumida y totalmente responsable.

¿Qué nos hace reaccionar?
El miedo

¿Qué nos hace actuar?
El amor, pero ese amor debe ser, primero, hacia ti mismo y luego, hacia los demás.

¡Ahhh!, pero hay un pequeño problema por resolver: No se puede amar lo que no se conoce. En eso tienen mucha razón los predicadores y voceros de las grandes religiones, llámese cristianismo, islamismo, budismo o de cualquier otra forma, cuando te enseñan a adorar a un Dios que no conoces, aprendes a temer, pero no a amar. Y es que no puedes conocer a Dios mientras no te conozcas a ti mismo.

He visto esto muchas veces en mi vida y en la de las personas que han participado en el taller de Autoconocimiento. En él las personas comparten situaciones de una historia personal común, la cual tiene que ver con nuestro más profundo y ancestral miedo, la separación de nuestra fuente creadora, si prefieres llámalo origen o Dios. Veamos:


NUESTRA HISTORIA PERSONAL

¿Cómo empieza nuestra vida?
Con una primera y dolorosa separación. Para nacer, debemos separarnos de mamá, este recuerdo inconsciente marca el resto de nuestra existencia, es nuestro primer trauma a superar.

Luego, mamá nos dice constantemente "no", dependemos totalmente de sus cuidados y surge el miedo a la desaprobación, creándonos una nueva sensación de separación.

Comienza la escuela y los maestros te dicen constantemente "no es así", tu inseguridad crece y con él tu miedo a equivocarte.
Llegas a la adolescencia y crece tu lucha interna: quieres ser tú, pero no sabes cómo, sin ser rechazado. La necesidad de aceptación por el grupo es más importante que cualquier otra de tus necesidades. Te esclavizas, te ahogas y te limitas a aceptar afuera lo que tu grupo te impone. El valor de la sentencia de las voces de los otros, prácticamente, aniquila tu propia voz. Paradójicamente, haces esto porque necesitas que te "dejen ser" como eres.

En esta etapa el dolor de la separación, la sensación de soledad y de incomprensión casi nos mata, pero seguimos adelante, porque con ese coctel hormonal agitándose en nuestra sangre, sabemos que la vida es efervescencia, lo malo es que sin saber bien lo que sucede, comenzamos a recibir y a dar golpes. Es como un avión con los tanques de combustible totalmente llenos, en pleno plan de vuelo, con un piloto que no entiende ni sabe nada acerca de los comandos y controles del avión. Un piloto que, por ensayo y error, comienza a activar botones y palancas, entonces, cuando ve que el avión se mantiene en el aire, cree que ya lo sabe todo. Allí comienza el desgaste de energía de manera totalmente inconsciente.

Así vienen las primeras bebidas alcohólicas, los primeros cigarrillos, las dorgas, las relaciones sexuales y todo con total derroche. Durante estos años vivimos dentro de las mayores incongruencias, deseamos una cosa, pensamos en otra y actuamos (mejor digamos reaccionamos) de manera totalmente contraria a lo que hemos deseado y pensado. Pasamos "los años de la cuerda floja" entre lo que llamamos frustraciones y derroches, tanto físicos como emocionales. Acumulamos heridas de todo tipo. Con cada "herida", cada "frustración", cada "equivocación" nos sentimos separados y cada separación representa un saco de miedos.

Llegó el momento de graduarse, de trabajar, de asumir las responsabilidades de tu autogestión, manutención y reproducción. Ya eres adulto. Ahora el miedo ante tantas responsabilidades juntas crece hasta las nubes.
Se te exige ser como se te ha dicho que debes ser. Para tener éxito se te impone convertirte en un depredador, atacar primero antes de que te ataquen. Ahora se trata de competir despidadamente, se te prohibe confiar en nadie y se te obliga a mentir y engañar para conseguir el mejor
puesto de trabajo. Y te sientes más solo que nunca.
En este tiempo el miedo a que te hieran, a que siquiera rocen todas tus heridas a flor de piel, te mantiene a la defensiva, el mundo entero es tu enemigo y, sin embargo, te expones todos los días en busca de una relación, sea de amistad o de pareja. Pero eso sí, siempre listo para atacar primero y salir huyendo en cuanto sientas la más mínima posibilidad de que alguien te hiera. Te dispones a exigir, imponer condiciones y a arrebatar si es necesario.

Exiges que te amen, impones como condición que los demás se entreguen a ti, que se desnuden ante ti, que te sean fieles, leales e incondicionales, pero ¿tú?... ¿Lo haces tú?... ¡Noooooo!, por supuesto que no, eso significa quedar expuesto, indefenso, desarmado. No obstante, es la única forma de alcanzar la intimidad, la tan ansiada unión con alguien.

Y en esta constante lucha se nos va la vida. Lamentamblemente, para muchos, nunca llegan a descubrir que no hay nadie, absolutamente nadie fuera de ti que te haga daño, que te hiera de alguna manera y que te haga sufrir. Esto parece una falacia, sin embargo es la más auténtica de las verdades. Si no me crees, pregúntate a ti mismo:

* Cuando sientes que alguien te hiere con sus palabras o con cualquier actitud, ¿en manos de quién está la decisión de sentirse herido?

* ¿Quién siente el dolor y dónde?.

* ¿Sabías que sufrir es una decisión a partir de un pensamiento? ¿Y dónde están tus pensamientos?, ¿acaso no se generan dentro de ti?.

Te pido que reflexiones acerca de esto y en mi próxima entrega te prometo compartir más de mis reflexiones acerca del autoconocimiento y del largo camino que han tenido que recorrer muchas personas, la mayoría de las veces sin ver resultados, aparentemente, pero insistiendo.